Luis Suárez merecía una sanción, está claro. Lo que hizo no estuvo bien, uno de los profesionales más valiosos del mundo del fútbol no puede cometer un error de ese calibre en un campeonato del mundo. No puede hacerlo bajo ningún concepto, por más que lo prepoteen, que lo insulten, que le peguen o le tiren del pelo. Quienes justifican su actitud sosteniendo que es un deporte donde estas cosas son frecuentes, deberían tener en cuenta que las provocaciones también lo son, y que caer en ellas es no entender que son eso, es caer en la estrategia del rival. Esta vez costó caro, carísimo. Le costó caro a Suárez, a Uruguay como selección y como país, que tuvo que ver a su ídolo revolcándose en el barro de sus propios pies, por su propia culpa.
De nada sirve sostener que existieron conductas antideportivas en el mismo campeonato que no fueron penadas, y mucho menos aducir que la víctima del mordisco es un mal tipo o un jugador sucio. Decir que Chiellini merecía ser agredido por sus antecedentes es casi lo mismo que la excusa que algunos solían utilizar durante la dictadura cuando alguien era apresado, diciendo “algo habrá hecho”. No importa si Chiellini le pega a los hijos o si hace pis sin levantar la tapa del inodoro, no se puede morder a los rivales y eso hay que tenerlo claro. No se puede hacer una vez, no se puede hacer dos, y mucho menos hacerlo por tercera vez en un campeonato que cuenta con la mayor cobertura televisiva de la historia.
El tipo que buscó el pase a Europa para poder estar cerca de la mujer que amaba, el que se recuperó milagrosamente de una lesión y salió a jugar ante Inglaterra como si no le hubiera pasado nada, el que eliminó al país en el que juega porque sabe que es más importante dónde nació que dónde le pagan, el que nos dejó roncos de tanto gritar sus goles, metió la pata y nos perjudicó tanto como nos dio ventaja. Él fue el héroe, y él fue quien se equivocó.
Acusar a la FIFA de injusta es lícito, porque lo es. Sanciona a uno y no a otros, pero eso no significa que Suárez haya hecho las cosas bien, desgraciadamente. Ser juzgado por un tirano no le vuelve a uno inocente si no lo es. Que el tirano no juzgue a los demás no sorprende, en tanto su tiranía es sabida y reconocida por quienes de ella se benefician. Pero todos sabíamos que si algún uruguayo cometía un error nos iba a ir mal. Aun así aceptamos participar del campeonato del mundo, aun así aceptamos sus reglas. Desgraciadamente, ahora debemos aceptar un fallo injusto, un castigo desmedido para una falta que podría considerarse menor, pero jamás inexistente o justificada.
Nos quejamos porque la FIFA modifica el campeonato desde un escritorio, como si eso no sucediera en Uruguay. Acá también pasa, y son los mismos que perjudican equipos chicos todo el tiempo tomando decisiones arbitrarias, los que se quejan cuando el equipo chico somos todos nosotros. Pero lo peor de todo, lo que más debemos lamentar, es que la crucifixión de Suárez lo convierte en Dios para tres millones de personas. El exceso del castigo lleva a que justifiquemos lo que hizo, y que apelemos al segundo deporte nacional después del fútbol: la victimización.
Nos matan porque somos chicos, porque no tenemos un mango, porque apenas llegamos a tres millones e igual le hacemos frente a las grandes potencias mundiales. Bueno, pero si lo sabemos, más razones tenemos para ganarles en su ley, para meter goles sin necesidad de andar a los mordiscones.
Lo que le hicieron a Suárez es una injusticia, aunque sienta un precedente para que de aquí en más un alto porcentaje de jugadores sea suspendido y eliminado de cuanto campeonato se dispute. Desde hoy, cualquier agresión deberá ser denunciada y condenada con igual severidad por los señores que dominan el fútbol, pues de no ser así estarán reconociendo su animosidad.
Pero nosotros debemos reconocer también que Luis metió la pata, y que así como supo ponerse el equipo al hombro para llevarlo a la gloria, lo arrastró consigo en su caída. Sigue siendo un crá, sin duda, un mago con la pelota. Pero se equivocó, y se equivocó delante de un grupo de mafiosos que no perdonan. No caigamos en la tontería de victimizarnos, sería seguirles el juego. Hay que ganarles y listo.